Alberto Ullastres, ministro de Comercio con Franco entre 1957 y 1965, marchó este último año a Bruselas para hacerse cargo de la representación permanente de España ante el Mercado Común. Era difícil ser el hombre que daba la cara por el último régimen no democrático de Europa occidental. Estuvo una decena de años en la capital comunitaria y puede anotarse en su haber el logro del Acuerdo Preferencial de 1970, instrumento económico que reguló toda la actividad comercial con la CEE hasta el ingreso en 1985.
Pero aquí quiero referirme a un aspecto poco conocido de su biografía: los tres intentos de secuestro que sufrió (en 1968, 1969 y 1973) por parte de elementos anarquistas y de ETA. La relación pormenorizada aparecerá en un libro que saldrá en enero («Europa, de entrada, NO»). Aquí ofrezco un adelanto para abrir boca. En concreto, se trata del relato que hacía el propio embajador a sus superiores en Madrid del último intento de secuestro, en noviembre de 1973, un mes antes de la muerte de Carrero.
“Exteriores Madrid. Telegrama nº 231. Bruselas, 8 de noviembre de 1973. Muy urgente. Muy secreto
El miércoles día 7 del corriente a la una y media de la tarde cuando se encontraban en la residencia del Embajador solamente dos empleadas de servicio, llamaron a la puerta de servicio (la residencia ocupa el tercer piso de la casa) y apareció un chico joven con un paquete acompañado de otro individuo. La empleada que estaba en la cocina les abrió la puerta y la dieron entonces un empujón contra la pared amenazándola con una pistola y tapándole la boca diciéndole que no gritase, al mismo tiempo que aparecían por la puerta otros dos individuos armados. Los cuatro eran jóvenes, entre 20 y 30 años. Dos de ellos iban bien vestidos y algunos llevaban barba. Como conociendo aquella parte de la casa empujaron a la empleada hasta el comedor y el salón, dejando el paquete en el comedor y preguntándole si había alguien más en la casa. Mientras la amenazaban le dijeron que no se preocupase que no iba contra ella y que era al Embajador Ullastres al que querían ver. La empleada les contestó con evasivas y entonces parte de ellos se fueron a recorrer la casa quedándose uno con ella. En un descuido echó a correr y se fue otra vez hacia la cocina donde la alcanzó su perseguidor. En ese momento entró por la puerta de la cocina la otra empleada que en un primer momento creyó que era alguien conocido al ver una máquina fotográfica sobre la lavadora. Cuando volvió la vista hacia su compañera y la vio debatiéndose contra el visitante que a su vez se abalanzó contra ella, dio media vuelta y se encerró en el planchero con llave donde no intentó entrar su perseguidor, el cual se volvió hacia la otra empleada y llevándosela de nuevo al salón la puso unas esposas que llevaba preparadas. La que se había encerrado en el planchero abrió la ventana y comenzó a dar voces por el patio. De repente se acordó que había un aparato telefónico en la habitación y llamó a la cancillería donde se puso rápidamente al habla con el Embajador comunicándole que había ladrones en la casa y que se estaban oyendo sus pasos en aquel momento por el pasillo contiguo que conducía al fondo de la misma.
El Embajador después de tranquilizarla y dejarla en contacto telefónico con su secretaria tomó las disposiciones oportunas, la primera de las cuales fue avisar a la policía, después enviar a un diplomático de la Misión con un ordenanza en un coche a la residencia y después intentar avisar a la portería de la misma –el portero es guardia del barrio– para que les bloquease la retirada mientras llegaba la policía, cosa que no consiguió por ausencia del portero. Intentó entonces advertir por teléfono también a la cancillería de Austria que ocupa la casa contigua a la residencia, y después partió él mismo con otro diplomático hacia la casa. Sigue leyendo