El chantaje de Franco a Bruselas

La tortuosa relación de la España de Franco con el entonces Mercado Común comenzó en febrero de 1962, con la solicitud española de apertura de conversaciones. La represión contra los asistentes al llamado «contubernio de Múnich» cuatro meses más tarde (el pasado 5 de junio se cumplieron los 50 años), abrió los ojos a los comunitarios sobre la verdadera naturaleza del régimen que hacía la solicitud. Un año más tarde, en 1963, España recordó a las autoridades comunitarias que no habían contestado a nuestra solicitud y que, por lo tanto, seguíamos esperando respuesta. De nuevo, otro desgraciado incidente, el fusilamiento de Julián Grimau, en abril de ese año, volcó todas las iras sobre el que pretendía presentarse como sistema político respetuoso de los derechos humanos. La tercera tentativa se produjo en febrero de 1964 pero esta vez, ante una tibia recepción comunitaria, el franquismo tenía preparado un argumento de mayor contundencia, sobre todo con los dos países que ponían más dificultades: el chantaje a las empresas holandesas e italianas radicadas en nuestro país, que eran muchas. Nos centraremos en las del país de los canales.

En La Haya dirigió la maniobra de presión el Encargado de Negocios, J. Pan de Soraluce, que tras hablar con el socialista Spaak, informó que Holanda y Bélgica se opondrían a la apertura de conversaciones, al tiempo que confirmaba el interés de los empresarios belgas y holandeses en el mercado español. Con estos datos en la mano, el ministro Castiella convocó a los directivos de las grandes empresas holandesas instaladas en España para pedir que se movilizaran ante su gobierno. La eficacia de la gestión se demostró cuando el día 11 de marzo de 1964 las asociaciones empresariales holandesas remitieron un escrito al primer ministro, en los siguientes términos:

«Considerando que en estos días habrá consultas entre los miembros del Mercado Común Europeo con relación al comienzo de conversaciones exploratorias entre los representantes del Mercado Común Europeo de un lado y de España al otro, con el objeto de fijar las relaciones futuras entre el Mercado Común Europeo y España, debemos exponerles nuestra opinión:

Que se nos ha hecho conocer de parte de España a nivel ministerial el viernes pasado en una entrevista amistosa que una actitud negativa holandesa dañaría de manera desagradable y dolorosa la posición de Holanda en general y la del comercio holandés en particular, Sigue leyendo

El caso Grimau

J. Grimau

El ambiente se enrareció a medida que se acercaba el 18 de abril de 1963, fecha fijada para el juicio de Julián Grimau. Detenido en noviembre anterior, fue militante comunista durante la guerra civil, miembro de la Brigada de Investigación Criminal, en Barcelona, instalada en la plaza Berenguer el Grande, acusado por torturas y muertes en una checa. Los días 3/4 de marzo se produjeron una serie de acciones que respondían ‘a una campaña sistemática y bien sincronizada’ (ABC, 5.3): explosión de bombas en aviones de Iberia y en locales del CSIC en Roma, avisos de explosiones a aeropuertos europeos. Bien claro lo decía el cartel que dejaron los autores en las oficinas de Iberia en Estocolmo: “No al turismo en España”. Era una campaña contra la principal fuente de riqueza del país.

El proceso y sentencia contra Grimau produjo gran conmoción en la izquierda francesa en cuyos círculos era una personalidad conocida. La prensa europea pedía la amnistía. El embajador francés en Madrid visitó a Castiella con el fin de parar la ejecución. Hubo manifestaciones en toda Europa, mensajes intercediendo por él a cargo de Juan XXIII, N. Kruschev y la reina Isabel II[1]. El Papa había publicado el 11 de abril su encíclica Pacem in Terris, que orienta el pensamiento político en sentido democrático, exigiendo el respeto de los derechos humanos fundamentales y de las libertades públicas a través de su institucionalización en un auténtico Estado de Derecho. Poco se impresionaron las autoridades franquistas ante tan sacro documento y fusilaron a Grimau nueve días más tarde, el 20 de abril. Giscard amenazó con marcharse de inmediato de Madrid y solo a duras penas se consiguió mantener el plan previsto[2]. El hecho fue saludado por Le Monde (20.4) con un significativo “Morir en Madrid”, duros editoriales de Le Figaro y Daily Telegraph (22.4)[3], protestas ante nuestras embajadas (París, Roma, Ginebra). Las agencias de viajes de Copenhague que anunciaban viajes a España fueron objeto de destrozos. Uruguay declaró persona no grata a nuestro embajador (3.5). La película “Morir en Madrid” y las declaraciones de Ángela Grimau en la TV francesa reavivaron la protesta[4]. Sigue leyendo